dissabte, 17 de gener del 2015

Ciutat Morta, espíritu vivo.

He tenido la suerte o la desgracia de vivir toda la vida conociendo casos de corrupción institucional y montajes policiales. En mi entorno he vivido la brutalidad policial, los montajes y denuncias falsas con graves consecuencias. He compartido techo y mesa con gente que sabía que iría a la cárcel por delitos que no había cometido, personas, que pasaban sus últimas horas en libertad esperando (y desesperando) juicios-farsa que los convertirían en reos de un sistema de castigo y esclavismo. Gente que había sufrido torturas. Gente, como Mohammed, que sabía que no vería nacer a su primera hija y que el primer, y el segundo, y el tercer y muchos más recuerdos que tendría de ella, y ella de él, serían a través de un cristal, en prisión. O gente como Fatima y Madbula , dos mujeres de Srebrenica (¿Qué pasó en Srebrenica?), que habían visto cómo masacraban a sus padres, hermanos e hijos junto a los demás varones de su ciudad.

Era un niño y, aunque me indignase y me entristeciese, viese sus lágrimas caer o oyese sus gritos de rabia, no entendía lo que implicaba todo aquello. No entendía todo el sufrimiento que se causa por dinero, o poder, o por una imagen, o por mantener el culo bien calentito y cómodo sentado en una silla. No entendía el daño que el hombre puede causar y, consciente, causa al hombre.

Pero hoy, después de ver Ciutat Morta y aguantar las lágrimas de rabia, tristeza y frustración como nunca había hecho, no delante de un televisor. Hoy,  después de recibir mensajes que destilaban sentimientos parecidos de mucha gente mucho menos implicada, gente que no ha tenido mi suerte y mi desgracia, gente con otros intereses y preocupaciones; viéndolos en mi misma situación, todo aquello ha vuelto de lo más profundo de mi mente y me ha inundado.

Todas aquellas noches, susurros, lágrimas, desayunos con sonrisas agradecidas pero ausentes, todos aquellos abrazos, caricias y palabras y nombres que parecían olvidados han vuelto para ahogarme.


Necesito aire.